En la mágica ciudad de El Ejido, durante la época navideña, Macarena vivía la emoción y el encanto de cada rincón decorado para la ocasión. Ese año, sus padres la llevaron al estudio de fotografía de Fernando, donde un tren de Navidad, rojo y brillante, la esperaba entre adornos y nieve artificial. Vestida de elfo, con su traje de rayas rojas y blancas y un gran lazo rojo en el cabello, Macarena parecía estar lista para embarcarse en una aventura navideña.
Fernando, al verla tan emocionada, le dijo con una sonrisa: “¿Lista para un viaje al Polo Norte, Macarena?” Ella asintió, llena de ilusión, y se acomodó junto al tren para la foto, posando con una mano en la barbilla y una mirada soñadora. Justo en el momento en que Fernando tomó la foto, sintió una suave brisa y, de repente, ¡todo cambió!
Macarena ya no estaba en el estudio de Fernando. Ahora se encontraba en un paisaje nevado y, frente a ella, el tren de Navidad parecía cobrar vida, como si estuviera esperando que se subiera. Sin pensarlo dos veces, Macarena subió al tren y este comenzó a avanzar rápidamente, llevándola por un camino rodeado de luces doradas y estrellas que parpadeaban en el cielo.
El tren la llevó directamente a la casa de Papá Noel, una gran cabaña de madera decorada con guirnaldas, luces y un aroma a galletas de jengibre que flotaba en el aire. Al llegar, Papá Noel la esperaba en la puerta con una gran sonrisa.
“¡Bienvenida, Macarena! Me alegra que hayas llegado a tiempo. ¡Este año necesitamos una ayudante especial para preparar todos los regalos!” exclamó Papá Noel, invitándola a entrar.
Dentro de la cabaña, Macarena quedó maravillada al ver la gran cantidad de juguetes, cartas y adornos que llenaban la sala. Los elfos iban y venían, organizando regalos y envolviendo paquetes, pero todos parecían ocupados. Papá Noel le explicó que este año había más regalos que nunca, y necesitaba alguien con espíritu navideño para asegurarse de que cada niño recibiera su obsequio a tiempo.
Macarena, emocionada, se puso manos a la obra. Papá Noel le entregó una lista mágica de regalos, que flotaba en el aire y se iba actualizando sola. En la lista, aparecían los nombres de los niños de todo el mundo y sus deseos. Macarena se encargó de elegir cada regalo con mucho cuidado, asegurándose de que cada paquete estuviera envuelto con el cariño y la magia que caracteriza a la Navidad.
Mientras trabajaba, un pequeño elfo llamado Pipo se acercó a ayudarla. “Macarena, ¿te gustaría entregar algunos de los regalos en el trineo de Papá Noel?” le preguntó.
Los ojos de Macarena brillaron de emoción. “¡Sí, me encantaría!” respondió sin dudarlo. Pipo y Macarena se dirigieron al taller, donde los renos ya estaban listos, y comenzaron a cargar el trineo con montones de regalos de todos los colores y tamaños.
Antes de salir, Papá Noel se acercó y le entregó un pequeño saco lleno de polvo de estrellas. “Este polvo es para que recuerdes esta aventura y sepas que siempre eres bienvenida en el Polo Norte. Esparce un poco cada vez que quieras recordar la magia de la Navidad.”
Montada en el trineo junto a Pipo, Macarena sintió el aire frío y el brillo de las estrellas mientras volaban de casa en casa, dejando regalos junto a los árboles y llenando los hogares de alegría. Fue una noche mágica, y aunque parecía que había pasado solo un momento, había ayudado a repartir miles de regalos junto a los elfos y Papá Noel.
De pronto, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró de nuevo en el estudio de Fernando, junto al tren de Navidad, como si nada hubiera pasado. Pero al mirar su mano, vio que sostenía un pequeño saco dorado con polvo de estrellas, prueba de que todo había sido real.
Fernando, notando su sonrisa, le preguntó: “¿Lista para otra foto, Macarena?”
Ella, aún con el brillo de la aventura en sus ojos, asintió, sabiendo que cada vez que mirara esa foto recordaría su noche en el Polo Norte, ayudando a Papá Noel y a los elfos a llevar la magia de la Navidad a cada rincón del mundo.