Era una noche mágica en El Ejido. Las luces navideñas colgaban de los balcones, iluminando las calles y llenando el aire de un brillo especial. Entre los paseos familiares y el bullicio alegre de la gente, Inés y Elena caminaban de la mano, admirando cada rincón decorado. Aquella noche no era como cualquier otra; sus padres las llevaban al estudio de fotografía de Fernando, donde, según les habían contado, algo muy especial esperaba por ellas.
Al entrar al estudio, las niñas quedaron maravilladas. Fernando había decorado el lugar como si fuera el taller de Papá Noel. En una esquina, un gran buzón rojo con rayas blancas y un lazo adornaba el espacio. Pequeñas luces doradas colgaban del techo y creaban un ambiente cálido, casi mágico. A lo lejos, una música suave de villancicos completaba la escena.
—¡Mira, Elena! ¡Es el buzón mágico de Papá Noel! —exclamó Inés con entusiasmo, señalando el buzón.
Elena sonrió, con los ojos llenos de ilusión. Se acercó al buzón y, casi susurrando, preguntó: —¿De verdad crees que funcione? ¿Que los deseos de los niños llegan a Papá Noel por aquí?
Fernando, que las observaba con una sonrisa, se acercó y dijo en tono misterioso: —Este no es un buzón cualquiera. Es un buzón mágico. Los sueños de todos los niños llegan directamente al Polo Norte. Sólo hay que tener un corazón lleno de ilusión para que funcione.
Las niñas se miraron emocionadas, y Elena preguntó: —¿Podemos enviarle nuestros deseos a Papá Noel?
—Por supuesto —respondió Fernando—. Tomen un papel y escriban sus deseos. No importa si no son deseos materiales; lo importante es que salgan del corazón.
Inés y Elena se sentaron juntas y comenzaron a escribir con cuidado en los pequeños papeles que Fernando les dio. Inés escribió: «Querido Papá Noel, deseo que todos los niños del mundo puedan sentir la magia de la Navidad y tengan una noche llena de amor y alegría». Elena, con letras grandes y cuidadosas, escribió: «Querido Papá Noel, deseo que mis sueños y los de mi hermana se hagan realidad».
Cuando terminaron, ambas se acercaron al buzón y, con los corazones latiendo de emoción, depositaron sus cartas dentro. Al cerrar la pequeña puerta del buzón, una luz dorada comenzó a brillar desde su interior, como si el buzón cobrara vida por un instante.
—¡Mira, Inés! —dijo Elena, maravillada—. ¡El buzón brilla!
—Eso significa que sus deseos han sido recibidos —les explicó Fernando—. Ahora, si cierran los ojos y desean con todas sus fuerzas, puede que la magia del buzón les muestre algo especial.
Las dos hermanas se miraron, tomándose de las manos, y cerraron los ojos con fuerza, pensando en sus deseos y en la magia de la Navidad. Cuando los abrieron, todo el estudio parecía haber cambiado. Las luces doradas que colgaban del techo se habían transformado en pequeñas estrellas brillantes, y el ambiente era aún más cálido y acogedor.
De repente, una voz suave y melodiosa llenó el estudio.
—Inés, Elena, bienvenidas a la Tierra de los Sueños de los Niños.
Las niñas miraron a su alrededor, tratando de encontrar el origen de la voz. Frente a ellas apareció una pequeña hada, con un vestido brillante y alas resplandecientes.
—¿Quién eres? —preguntó Inés, impresionada.
—Soy Estela, el hada de los sueños. Estoy aquí para mostrarles el lugar donde los deseos de todos los niños del mundo se guardan hasta que Papá Noel pueda cumplirlos.
Con un gesto de su mano, Estela les indicó que la siguieran. Las niñas, emocionadas, la siguieron hasta una gran puerta que apareció mágicamente en la pared del estudio. Al cruzarla, se encontraron en una enorme sala, llena de estrellas flotantes que brillaban en distintos colores.
—Cada estrella representa un sueño de un niño —explicó Estela—. Algunas estrellas son grandes, otras pequeñas, pero todas son importantes.
Inés y Elena miraban asombradas las estrellas a su alrededor. Había miles, quizás millones, todas suspendidas en el aire, iluminando el lugar con una luz suave y cálida.
—¿Podemos ver algún deseo? —preguntó Elena, curiosa.
—Claro —respondió Estela—. Solo deben elegir una estrella y sostenerla en sus manos.
Elena extendió la mano y una pequeña estrella azul se posó suavemente en su palma. Al tocarla, escuchó la voz de un niño que decía: «Deseo que mi mamá y papá se reconcilien y podamos pasar la Navidad juntos».
Inés, conmovida, tomó una estrella dorada y escuchó a una niña pedir: «Quisiera que a mi abuela se le pase el resfriado para que pueda venir a casa esta Navidad».
Ambas se miraron, conmovidas por los deseos de otros niños, y se sintieron agradecidas de poder compartir ese momento tan especial.
—Ahora entienden que la Navidad no es solo sobre regalos, sino sobre amor, familia y sueños compartidos —dijo Estela, sonriendo.
Las hermanas asintieron, comprendiendo la importancia de esos pequeños deseos y la fuerza que tiene el amor y la unión.
Estela, el hada, las guió de vuelta al estudio, pero antes de dejarlas, les entregó a cada una una pequeña estrella que brillaba intensamente.
—Lleven estas estrellas con ustedes —les dijo—. Siempre que las miren, recuerden que la magia de la Navidad está en los deseos sinceros y en la felicidad compartida.
Inés y Elena sostuvieron las estrellas, sintiendo cómo su calidez llenaba sus corazones. Justo en ese momento, escucharon la voz de Fernando llamándolas.
—¡Chicas! ¿Listas para una foto más? —les dijo Fernando, que parecía no haber visto nada de lo que había pasado.
Las dos hermanas se sonrieron, guardando el secreto de su aventura en la Tierra de los Sueños, y posaron juntas para la última foto, con sus pequeñas estrellas en las manos.
Esa noche, al regresar a casa, las niñas colocaron sus estrellas junto a sus camas, sabiendo que cada Navidad llevarían consigo el recuerdo de ese viaje mágico y la promesa de que la magia siempre vive en los corazones de quienes creen en ella.